Quedarse
No se había escuchado el son jarocho tan triste. Por lo menos no para los que venimos de fuera atraídos por la alegría y la fuerza del fandango jarocho. Sin embargo, en la habitación donde se velaba a una figura importante para el pueblo por sus poderes curativos del saber tradicional en la región del sur de Veracruz, algunos músicos cantaban por entre las lágrimas mientras sonaba el siquisirí o cantaban el pájaro cú. El resto les daban ánimo, mas no con palabras: con los instrumentos que articulan la elisión del final del verso y el comienzo del siguiente. Los jaraneros de este evento sobresalen por su juventud e impresionan por su compromiso con el diario vivir de una región que ha obligado a muchos otros a migrar en busca de seguridad material. Estos jóvenes han encontrado en el Colectivo Altepee un eje central en donde desarrollaron habilidades artísticas y una plataforma desde la cual han lanzado sus futuros profesionales desde un punto de vista práctico e intelectual.
Desde hace más de una década, el Colectivo Altepee—o los Altepee cómo son conocidos—ha enfatizado en el trabajo cómo práctica central de la comunidad. Para este fin, los Altepee han construido un espacio abierto a personas interesadas en aprender las prácticas relacionadas con el son jarocho: tocar la jarana o el requinto, aprender a versar, a zapatear o a construir y reparar instrumentos. Pero ellos también van más allá de la música. Los Altepee ofrecen talleres de pintura en vidrio o cómo hacer jabones. Todas estas actividades se ofrecen durante todo el año sin costo, basándose en donaciones voluntarias de dinero o de tiempo. Es en este espacio donde la reciprocidad, remplaza las transacciones, articulando y construyendo el sentido de comunidad. Por ende, al eliminar la mentalidad de mercado, se tienden los lazos afectivos necesarios para crear un sentido de comunidad equitativo en donde el compromiso va más allá de las expectativas generadas por pagar un servicio.
Plantear la reciprocidad y el trabajo como el eje de la comunidad en lugar de lo monetario exige a los observadores a cuestionar los motivos por sostener este espacio. En otras palabras ¿por qué hacerlo? Los creadores y miembros más antiguos del colectivo argumentan que comprometerse con el arte y la comunidad exige abrir, mantener, y desarrollar este espacio. El arte se politiza de esta manera. No solamente desde el activismo directamente político. Más bien que comprometerse con crear exige una colectividad; esta colectividad exige un espacio; y este espacio exige laborar en varios registros: labor física, artística, e intelectual. Es por medio de esta labor que el arte y la creatividad es tangiblemente democrática, ya que no solamente todas las personas interesadas son bienvenidas, pero que la labor exige creatividad y viceversa. Por medio de la labor, los Altepee están en creación permanente.
Pero este estado de creación permanente no existe en un vacío social y no se queda dentro del espacio físico del colectivo. Por el contrario. Los Altepee entienden que su trabajo, sobre todo desde lo músical, implica relacionarse con las comunidades de Acayucan y sus alrededores: Oluta, Soconusco, Chincameca, Chacalapa, Comejen, y muchas otras. En un momento donde el llamado son jarocho parece haber sido cooptado por la industria musical y el fandango cómo una fiesta transnacional, el colectivo deliberadamente cumple con las funciones de ritual en las que esta música se desarrolló. Mientras el son jarocho circula por el mundo, los Altepee velan difuntos, pasean santos, participan en chanequeadas, sosteniendo el sentido ontológico del son en la región. Esta es una labor completa, invisible a los ojos de quienes venimos de fuera, y es precisamente lo que implica quedarse en el territorio como miembro de una comunidad. Quedarse es reconocer que la fuerza está en la gente. Quedarse es reemplazar al estado en las necesidades creativas de las comunidades. Quedarse es entender que el trabajo es el eje central de la sociedad, y asumir el rol y la responsabilidad que esto implica. Esta responsabilidad se hizo aún más visible en la organización y ejecución de la Mayordomía de San Juan 2021 por parte de los Altepee en Chacalapa.
Mayordomía de San Juan 2021
La Mayordomía de San Juan que ocurre entre el 23 y 25 de junio es uno de dos eventos anuales en Chacalapa los cuales se distinguen por la labor colectiva del pueblo. Al contrario de otras festividades donde el ayuntamiento u organizaciones privadas organizan las festividades del pueblo con ánimos de lucro, las mayordomías son organizadas por familias quienes cuentan con el apoyo del pueblo para celebrar a los dos principales santos de la región: San Juan y Santiago. La selección de la familia a cargo de organizar ocurre por sorpresa, en el último día de las celebraciones donde los mayordomos de turno eligen al azar a los próximos organizadores. A partir de allí, y por los próximos doce meses, los nuevos mayordomos están a cargo de levantar fondos, organizar logísticamente el evento, e invitar y organizar al pueblo de acuerdo con las habilidades de cada quien: cocineras, carniceros, y suplir todas las necesidades para alimentar y servir a más de dos mil personas por tres días.
Aunque esta labor a todas luces titánica cae sobre una familia, el pueblo de Chacalapa entiende que su rol es aportar en trabajo colectivo para realizarla. De nuevo, la labor y la reciprocidad vuelven a ser los ejes conductores del tejido social. Los Altepee, respaldando a Gemaly Padua, una de sus fundadoras, asumieron el rol de mayordomos y las responsabilidades laborales que esto significó. Durante un año, los Altepee organizaron rifas, ventas de comida los domingos en la temporada de baseball, adecuaron los espacios físicos de la casa mayordomal sin dejar de ofrecer los talleres y cumplir con su función social cómo colectivo. Aunque esta labor es casi invisible para quienes vienen de fuera a disfrutar las festividades, los Altepee cumplieron con uno de los requisitos más significativos de la comunidad en Chacalapa. Con esta labor, el colectivo se establece aún más en la vida artística del pueblo y se llevan lecciones importantes para aplicarlas en su trabajo comunitario del diario vivir.
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Al día siguiente del velorio, la procesión hacia la iglesia ya estaba en curso. Los Altepee afinaron las jaranas tan rápido cuando pudieron y alcanzaron a la multitud. Detrás de la carroza funeraria, un jaranero de los viejos era el único músico acompañando a la difunta. A él se unió el colectivo y la música empezó a hacer su efecto en todos los asistentes. Después de la misa, se acompañó con música la procesión al cementerio en donde hubo un espacio dedicado a decir el último adiós antes del entierro. Los jaraneros seguían tocando: una bamba, un siquisirí, un pájaro cú. Las emociones brotaron y de repente las señoras empezaron a bailar con lágrimas, con risas, con sentimientos que parecen contradictorios, pero que forman parte de un todo. Todo esto sucedió por un lapso de cuatro o cinco horas en donde los músicos jóvenes y sus versos cumplieron con acompañar a una de sus personas que más los ha acogido. Quedarse, entonces, es cumplir con el rol de cada uno. En este caso es ser un colectivo cuya función en este día fue realzar las emociones para hacernos sentir un poco más vivos.
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